“El phubbing —ignorar a la pareja por mirar el teléfono— es hoy una de las principales causas de deterioro afectivo en las relaciones”, advierten los expertos en convivencia y salud emocional. Lo que comenzó como una conducta accidental, se ha convertido en un hábito cotidiano que amenaza la intimidad, la confianza y el diálogo dentro de la pareja.
El phubbing a estudio
Según recientes estudios en psicología, la dependencia emocional hacia el dispositivo móvil tiene un efecto directo sobre la calidad de las relaciones humanas: disminuye la empatía, genera sensación de desatención y, en muchos casos, provoca distanciamiento emocional. “No se trata solo de una distracción tecnológica, sino de una señal de desconexión emocional”, explica la psicoterapeuta Ana Ruiz, quien subraya que el phubbing envía un mensaje sutil pero contundente: “Tu presencia no es tan valiosa como lo que ocurre en mi pantalla.”
Más allá de los datos, el impacto humano es profundo. El gesto cotidiano de levantar la vista hacia el teléfono rompe la continuidad del vínculo, interrumpe la mirada y deshace el espacio simbólico donde el amor se construye: la atención. En muchas parejas, la tecnología ha pasado de ser un puente de comunicación, a convertirse en una frontera invisible.
¿Culpa de la tecnología?
El fenómeno tiene raíces culturales y psicológicas. La sociedad hiperconectada ha instalado la respuesta inmediata como norma: todo debe contestarse, compartirse, notificarse. En ese ritmo acelerado, la presencia real —la que mira, escucha y siente— queda desplazada por la urgencia virtual. Así, la pareja, que debería ser zona de refugio, se transforma en un segundo plano frente al flujo de estímulos digitales.
Sin embargo, la solución no pasa por demonizar la tecnología, sino por recuperar la conciencia del uso. Establecer momentos libres de pantallas, practicar la escucha activa y recuperar rituales de presencia compartida puede marcar la diferencia. “Apagar el teléfono puede ser un acto de amor”, resume el terapeuta Miguel Soto. Un gesto tan simple, pero tan revolucionario, como volver a mirar a los ojos.
Porque el amor, al final, no se mide en mensajes ni en notificaciones, sino en atención, presencia y ternura. Y esas, por ahora, no caben en una pantalla.
Aviso:
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