En una noche que se presentaba ventosa, frente a la playa de Abades, esperábamos la llegada de los amigos, quienes nos habían ubicado en dicho lugar. Apenas pasaban las 19:00 horas pero la oscuridad era extrema, de no ser por la iluminación pública que teñía todo de un tono anarajado. Vigilante, hacia el norte, el faro de la localidad, cuyos destellos destacaban en la negrura. Sobre nuestras cabezas y como era de esperar, el firmamento nos volvió a regalar uno de los mayores espectáculos que caracterizan a estas islas nuestras.
El pueblo de Abades se encuentra en la costa este de la isla, Tenerife, perteneciente al municipio de Arico. Pese a su historia, es ahora mismo un referente turístico, destino de miles de veraneantes cada año. Sin embargo, esta zona empezó a desarrollarse como tal muy recientemente, en torno al año 1978, tras la construcción del cercano Aeropuerto Tenerife Sur y del tramo de la autopista que conectaba este punto neurálgico con el resto de la isla.
A los pocos minutos de acceder desde la misma hacia el pueblo, urbanizaciones enteras de edificaciones unifamiliares de muy reciente construcción flanquean la carretera. Más abajo, toda una línea de viviendas que están ocupadas, eminentemente, en verano. Algo que contrasta sobremanera, con la figura pedregosa de la que debía ser una iglesia, en lo alto de una loma.
El Sanatorio que nunca fue habitado.
En el año 1943, los efectos colaterales de las guerras mundiales también afectaron a estas pequeñas islas que ni tan siquiera se aprecian en un globo terráqueo. Los continuos bloqueos militares en el Océano Atlántico contribuyeron a dejar a nuestro archipiélago incomunicado durante largos períodos de tiempo, provocando con ello la falta de suministros que solo podían llegar por vía marítima. Y entre estos, los más importantes. La medicina necesaria para paliar la más mínima enfermedad. La insularidad, ahora un punto a nuestro favor en cuanto al turismo se refiere, antaño se convirtió en todo un problema para la supervivencia.
Enfermedades como la lepra y la tuberculosis causaron auténticos estragos entre la población canaria. Siendo miles de personas afectadas, se ordena en ese año la construcción de un sanatorio, que se ubica justo en esta zona, en la colina de Abades. Lo suficientemente alejado, en aquel entonces, de cualquier población para intentar contener el contagio y exiliar allí a todos los enfermos hasta su esperada curación. El proyecto fue ordenado al arquitecto canario José Enrique Marrero Regalado, a quien le debemos también la construcción de La Basílica de Nuestra Señora de La Candelaria, por poner un ejemplo de su arte. Aquel sanatorio, construido a modo de barracones destinados a diversos menesteres administrativos, contenía también un hospital, un crematorio, edificios para hospedar a los enfermos e incluso una iglesia.
Y esa es la imagen que destaca entre las sombras de aquellas horas vespertinas, coronando la población.
Sin embargo, la rueda del destino giró a favor de nuestro archipiélago, cuando por fin llega a nuestras costas la ansiada medicina contra la lepra. El remedio que salvaría miles de vidas, que llegaba desde tierras venezolanas, había tardado prácticamente un lustro en llegar tras su descubrimiento. El inminente proceso de vacunación y de saneamiento de los enfermos, hizo que el proyecto de construcción del sanatorio de Abades se diera por concluido. Dejando así todas las construcciones a medio terminar completamente abandonadas. Ni un solo enfermo llegó a ser ingresado en aquel lugar. Ni un solo médico transito por los pasillos de aquellos barracones.
Algunos años después, todavía bajo el mandato franquista, todas aquellas edificaciones fueron utilizadas por las fuerzas militares del país. Y utilizado fue para la realización de maniobras militares hasta que, en torno al 2002, aquellos terrenos y toda construcción levantada allí pasaran a propiedad privada. Desconocemos el motivo, pero hasta el día de hoy no ha habido ningún proyecto de restauración o demolición y la fachada de su iglesia sigue todavía desafiando al tiempo, pese a que nunca fue terminada.
En su etapa de abandono, aquel sombrío reducto se convierte en foco de ciertos fenómenos extraños, de los que algunos lugareños dicen haber sido testigos. Ritos y prácticas de todo tipo de corte religioso y apariciones fantasmales. Incluso alguna que otra típica anécdota macabra durante su etapa militar, es conocida por alguno de los más viejos del lugar ¿Leyenda negra sin el más mínimo rigor?
En torno a las 20:00 llegaron nuestros amigos, Peter, Sonia de Arcos, pertenecientes a Tenerife Paranormal Society, Angie y Keith Freeland, y algunos componentes más del grupo de investigación británico Irish Ghost Hunters. Tras un cálido reencuentro con los miembros de Clave7, y tomar algún refrigerio, decidimos emprender la marcha.
Armado con parte de nuestro equipo, Juan Carlos Antúnez venía dispuesto a registrar nuestra excursión en un vídeo reportaje que próximamente publicaremos. Además, trajo consigo alguno de sus sistemas de detección. El resto, armados con grabadoras y cámaras fotográficas, nos dispusimos a cruzar la playa, para acceder al tortuoso sendero que nos llevaría al lugar objeto de nuestra visita.
Encontrarás todos los detalles de nuestra visita y de todo cuando vivimos en aquel sombrío lugar en el número 10 de nuestra Revista Digital Clave7.