Cada primero de noviembre, cuando las campanas doblan su eco entre la neblina y el olor a cera inunda los cementerios, el mundo se abre un instante a lo invisible. Es el Día de Finado, momento en que la frontera entre los vivos y los muertos parece disolverse. Muchos rezan, otros guardan silencio; pero dicen que las brujas, en cambio, despiertan.
Entre brujas
No lo hacen para desafiar la muerte, sino para entenderla. Desde tiempos lejanos, las brujas han sido guardianas del misterio: mujeres que aprendieron a escuchar lo que la razón calla. Para ellas, la muerte no es final ni ruptura, sino tránsito. Esa noche se reúnen en los bordes del mundo, entre riscos, costas y cuevas, donde el viento arrastra voces de otras épocas. Encendiendo cirios y sahumerios, buscan los nombres que aún resuenan en la bruma del tiempo.
Las brujas del Día de Finado no pronuncian conjuros prohibidos ni buscan pactos con sombras. Su rito es mucho más antiguo y humano: conversar con los ausentes. Allí donde los demás sienten escalofrío, ellas hallan consuelo; donde otros ponen miedo, ellas colocan escucha. Es su forma de recordar que los muertos también aman, también esperan, también acompañan. Comprenden que la muerte no interrumpe los vínculos, solo los transforma.
Entre muertos
A lo largo de la historia, las culturas han temido a quienes comprendían esta verdad. Se las llamó hechiceras o blasfemas, cuando en realidad solo eran mediadoras entre dos naturalezas: la visible y la invisible. Por eso, en la noche de los difuntos, su presencia conserva un eco de ancestral sabiduría. Plantan velas, escriben nombres, dejan pan y manzanas en las encrucijadas, porque saben que los espíritus reconocen el camino por la fragancia del recuerdo.
Cuando el amanecer llega y el último cirio se apaga, las brujas regresan al silencio de su vida terrenal. Han cumplido un deber que no prescribe con los siglos: mantener viva la relación entre lo que fuimos y lo que seremos. El Día de Finado no es, entonces, un lamento. Es una cita con la memoria, una conversación con el alma del mundo. Y las brujas, invisibles y persistentes, siguen allí, recordándonos que nadie se marcha del todo mientras exista quien encienda una vela por él.
Aviso:
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