Mi mente se despeja y a mi memoria vuelven a llegar recuerdos amargos que había enterrado.
Como para cualquier madre son momentos muy duros. Un día llegué ha casa, del trabajo, muy entrada la madrugada. Mis hijas ya dormían pero yo no podía irme ha la cama. Sin antes darles un par de besos. Cuando lo hice sobre la cuna de mis hijas, Susana. Mi marido, que no me había contado nada de lo que había pasado, se precipitó a decirme que me quedara tranquila. Que no era nada. Mi hija estaba con su cara totalmente tapada. Solo se le veían sus ojos, que me miraba, llorosos. Según mi querido esposo, la había llevado a urgencias y no era nada. Que en cosa de una semana se le quitaría. Yo, no conforme con esa explicación tan estúpida, le saque las vendas a mi hija. Mi corazón se disparo. Creí volverme loca. Mi niña tenia la parte izquierda de su rostro totalmente negra. Ahí empezó mi calvario. Cuando llegué con ella al hospital de Figueras, todavía tuve que escuchar los reproches de que “cómo, mi hija tenia su cara así” y “que cómo es que no la habían traído de La Junquera en ambulancia”. En ese momento, yo me quería morir y los médicos tapándose entre ellos. Eso parecía más importante que la cara de mi hija. Me administraron tranquilizantes, por que me los quería comer a todos. Mi hija tenía quemaduras de primer grado en su cara y ellos buscando un culpable, cuando estaba entre ellos.
Recuerdo esos meses infernales, de hospital en hospital. Según los médicos, la operó en Barcelona uno de los mejores cirujanos y aun no veíamos grandes cambios. Me marché a Suiza. Allí nos dijeron que le harían unos implantes de piel, pero quedarían secuelas graves. Agoté y arriesgué todas las posibilidades, pero volví a casa con pocos cambios en la cara de mi Susana. Cuando llegamos, yo ya carecía de fe y de esperanza. Hasta que un día, mi hija Lucia, que tan solo contaba con 4 años, me dijo: “Mamá, no llores. Vamos a rezar ha La Virgen de Candelaria para que a “nana” se le cure la cara.”
Esa noche y muchas más antes de acostarnos, rezamos rezamos y rezamos. A mí, ver a mis hijas pidiendo un milagro, me encogía el alma y mi fe comenzó a salir a flote de nuevo. Un día, sin más, pensé: “Por que no vas a ver a La Virgen y le pides por ella.” Ese mismo día marche ha Tenerife. Llegué al aeropuerto de Los Rodeos. Me descalcé y comencé ha andar. No se cuantas horas tardé en llegar. Solo recuerdo que había prometido derramar hasta la última gota de mi sangre, si fuera necesario. Y aunque mis pies estaban destrozados, más lo estaba mi corazón al ver la cara de mi niña. Llegué en plena noche. Caí rendida a las puertas de la Basílica de mi Virgen de Candelaria. Cuando abrieron las puertas, apenas podía apoyarme en mis pies, pero mis fuerzas y los rezos de mis niñas me levantaron y sin tan siquiera sentir dolor, llegar hasta el altar de La Virgen. Pasé allí el día y cuando cerraban, llamé a mi hermano para que me devolviera al aeropuerto. No solo me llevó hasta allí. Me acompañó al hospital para curar mis heridas. Luego vino a traerme hasta casa. Fue mi mejor apoyo. No solo ese día, lo fue parte de mi vida. No fue repentinamente. Fue día a día. La cara de mi Susana empezó a mostrar mejoría y un día, sin más, no quedaba rastro alguno de lo que había pasado. Mi niña no tenía secuelas de ningún tipo. El diagnostico de los especialistas: una incógnita. El mío: UN MILAGRO.
SI. UN MILAGRO TENERLA. UN MILAGRO CONSERVARLA. Y UN MILAGRO QUE, TANTO ELLA COMO SU HERMANA, ME TRASMITIERAN UNA FE QUE YO HABÍA PERDIDO POR CIRCUNSTANCIAS AMARGAS DE MI VIDA.
Y a todo esto se preguntaran dónde estaba su padre. Como siempre, en su mundo. Pasando de todo. Porque, siempre, las cosas se solucionan solas. Así, sin más. Donde esta ahora. En el mismo mundo que, gracias a Dios, ya no es el nuestro. Hoy en día mi niña tiene 19 años y para mí, como para cualquier madre, sigue siendo mi niña SUSANA. Hoy también andaría 3.000 kilómetros, si fuera necesario, para ver ha esa Señora que adoro y admiraré para el resto de mi vida.
MI VIRGEN DE CANDELARIA. Y EL ESPEJO DE MI ALMA ES VER CADA DÍA LA CARA DE MIS HIJOS. POR QUE EN ELLOS ME REFLEJO.
Rosa María Díaz. Miriam para los amigos.
Reportera de esta sección

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