El 4 de octubre de 1957, tuvo lugar el lanzamiento y puesta en órbita del primer satélite artificial, el Sputnik – 1. Fue el gran detonante de la Carrera Espacial, que alcanzó su punto máximo con la misión Apolo 11 y la llegada del hombre a la Luna en julio de 1969. Gracias a ello, se pusieron en evidencia las posibilidades de la exploración y aprovechamiento del espacio ultraterrestre por parte de la Humanidad. Pero cuando la misión Apolo 11 llegó a la Luna, ésta ya tenía dueño: un chileno, Jenaro Gajardo Vera: El hombre que compró la Luna. O eso decía él.
Esta es la historia de un lunático
Es el sexto de nueve hermanos, canta ópera, ama los telescopios y se casa tres veces: con una chilena, una española y una suiza. Es amigo de Salvador Allende y un día recitó en casa de Pablo Neruda un poema escrito a las tres de la mañana: Es poeta, pintor y músico. Pero se ganaba la vida, bastante mal por cierto, con pleitos pobres de abogado.
El abogado, pintor y poeta, Jenaro Gajardo Vera, nacido en noviembre de 1919 en la pequeña localidad chilena de Traiguén, fue creador de la “Sociedad Telescópica Interplanetaria”. Y en un acto de genialidad, se declaró dueño de la Luna el 25 de septiembre de 1954: Tras presentarse ante el Notario de la sureña localidad de Talca, César Jiménez Fuenzalida, a quien solicitó dejar constancia de que se declaraba poseedor del satélite natural terrestre, describiendo sus medidas y límites. La constancia de este bien es un papel firmado por una notaría de la ciudad agrícola de Talca, en el centro de Chile, a unos 255 km de la capital del país, y del que hoy queda registro en el Archivo Judicial de Santiago.
La inscripción lunar de Don Jenaro
Jenaro Gajardo Vera acaba de salir de una notaría con un papel para la Historia: Ha comprado la Luna. Ha registrado a su nombre el único satélite de la Tierra. Con gran audacia y conforme a las leyes nacionales, luego de la inscripción de la escritura, efectuó las correspondientes tres publicaciones en el Diario Oficial Chileno, dando la oportunidad a quien ya tuviera algún derecho sobre el terreno, pudiese impugnar la solicitud.
Según señala la escritura:
“Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño, desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475 kilómetros, denominada Luna, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270 y su estado civil es soltero. Jenaro Gajardo Vera Carné 1.487.45-K Ñuñoa Talca, 25 de septiembre de 1954.”
Este es el documento notarial que consta en el Archivo Judicial de Santiago de Chile. Según la legislación chilena, todos los notarios deben conservar copia de todos los documentos firmados durante un año y después, enviarlos al archivo judicial, que los guarda a perpetuidad.
Sus objetivos
Don Jenaro, según explicó, tenía dos grandes objetivos: El primero, efectuar un acto poético de protesta interviniendo en la selección de los posibles habitantes del satélite. Planeaba habitar un mundo sin violencia, envidia, odio ni vicios. El segundo, comprar la Luna para poder formar parte del Club Social de Talca, para el cual era requisito de afiliación tener alguna propiedad.
Pero ¿qué llevó a este abogado a querer comprar la Luna?
Y aquí es donde los hechos empiezan a liarse un poco con la ficción, o al menos, con versiones no verificadas sobre un personaje que forma parte ya, de la cultura colectiva chilena.
Según sus propias declaraciones, recogidas en varios recortes de prensa de la época, todo empezó como con una pequeña broma y, en parte, un acto de cabezonería.
La Luna, por 1 dólar
Gajardo, según contó en 1969 al diario estadounidense The Evening Independent, quiso hacerse con la Luna para entrar en una asociación local: el Club Social de Talca.
Una noche de septiembre de 1954, Jenaro Gajardo Vera entró en el Club Talca con intención de hacerse socio. Durante la cena, los responsables le dijeron que por su condición de abogado podía ser aceptado, pero que al carecer de patrimonio quedaba excluido.
«Cuando salí, me fui caminando hasta la plaza. Me molestó que se le diese tanta importancia a las cosas materiales. Me detuve y miré al cielo. Y vi la Luna llena. Qué curioso, me dije, el satélite pertenece a la Tierra, tiene dimensiones y nadie lo ha inscrito a su nombre».
Le costó 1 Dólar Usa, según le contó al diario estadounidense. Pero no fue la única versión que contó.
Jenaro, el hombre que compró la Luna.
Antes de la nota en el diario The Evening Independent, publicada el 8 de julio de 1969, el diario chileno La Tercera entrevistó al abogado para que explicase qué lo motivó a inscribir la Luna a su nombre.
En esta ocasión, dijo que quería dar notoriedad a una asociación creada por él mismo, la Sociedad Telescópica Interplanetaria de Talca. Esta sociedad pretendía ser una especie de comité de bienvenida para los primeros extraterrestres que pudiesen llegar al país sudamericano.
«Para afianzar el prestigio del grupo, a la vez que darle fama, decidí inscribir el satélite lunar a mi nombre. Hice todo el papeleo legal correspondiente y cumplí con todos los requisitos que exige el artículo 58 del Conservador de Bienes Raíces de nuestro país», declaró en una entrevista publicada en el diario el 15 de marzo de 1969.
Porque don Jenaro registró la Luna por 42 pesos, pero nunca la vendió.
«No la inscribí con ese afán. Si obtenía dineros por ella, la historia se echaría a perder. Quise hacer un acto poético de protesta interviniendo en la selección de los posibles habitantes del satélite y sacarle partido para que la Humanidad tuviera un poco más de paz».
Para poder hacerse con un título de propiedad, la normativa establecía que había que anunciar la intención de forma pública y esperar que en un plazo de 30 días, nadie presentase ninguna reclamación.
Tres anuncios de aviso
Así que, según su relato, Gajardo publicó en el diario La Mañana de Talca su pretensión de comprar la Luna, buscando si había alguien que pudiera oponerse a su adquisición. El señor Jenaro se fue a dormir, pero nadie sabe si lo consiguió. El caso es que, al día siguiente, llevó al conservador de Bienes Raíces y notario de Talca, César Jiménez Fuenzalida, unos documentos con sus pretensiones y los datos de las medidas de la Luna. Jenaro hizo tres publicaciones de aviso en el Diario Oficial y, como nadie contestó oponiéndose, volvió a la notaría de Talca para registrar una mítica escritura. Era el 25 de septiembre de 1954.
Con el folio sellado en la mano, Gajardo ya era un lunático. Así que se fue al Club Talca en busca de venganza espacial.
«Mire, usted que se interesa tanto por los bienes materiales: he inscrito el satélite lunar de acuerdo a la ley, así que me pertenece. Aquí está la copia de la inscripción autorizada por el notario y el conservador de Bienes Raíces», les dijo a los responsables.
Y entró en el club
El asunto empezó a correr de voz en voz y hasta salió en la prensa chilena de la época. Los Según cuenta la historia, enterados de la noticia y la notable adquisición, el Servicio de Impuestos Internos (SII), envió un par de inspectores para el cobro de las contribuciones respectivas. Frente a ellos, Don Jenaro dijo no tener problema en reconocer la deuda, si bien exigió, en conformidad a la ley (como buen abogado), que el SII visitase la propiedad para efectuar su correspondiente tasación. Evidentemente, los inspectores no volvieron a aparecer.
En una entrevista con la televisión argentina en 1989, el propio don Jenaro lo contaba así:
«- Usted es dueño de la Luna pero no la ha declarado, así que es evasión de impuestos. Es un delito.
– Muy bien, no nos vamos a complicar la vida. Ustedes van a tasar la Luna primero y una vez que la tasen, hablamos», les espetó con su habitual verborrea.
Los años pasaron y nuestro protagonista pasó de persona a personaje. Incluso con ofertas suculentas de televisiones, que no se concretaron nunca.
Carta del Presidente
Y entonces, a mediados de 1969, ocurrió algo demasiado perfecto para ser verdad. No hay constancia documental de lo que viene a continuación. Sólo la leyenda, el relato de Los Cóndores y el propio testimonio de don Jenaro sostienen este final.
El agregado cultural de la Embajada de EEUU en Santiago de Chile entregó a Gajardo Vera un mensaje del mismísimo Richard Nixon. El presidente estadounidense, en un acto protocolar muy llamativo, envió un comunicado a Don Jenaro mediante la embajada norteamericana en Santiago de Chile.
El comunicado en cuestión decía:
“Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece”
El dueño de la Luna valoró el «gesto democrático» de Nixon y contestó:
«En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Withman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece. Y lo que más me interesa, no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor presidente.»
El Apolo 11 tenía permiso para aparcar.
Testamento
Y una noche de 1998, a los 79 años de edad, don Jenaro Gajardo Vera murió. Poco antes, lunáticamente lúcido, había redactado un testamento digno de su genialidad. Si lucrar, ni percibir jamás dinero alguno por su presunta posesión, Jenaro Gajardo Vera dejó su Luna en testamento al pueblo chileno, expresándose de la siguiente manera:
“Dejo a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas”.
No fue legal
El abogado que aseguró ser el dueño de la Luna, dijo haber seguido todos los procedimientos legales, pero le faltaron pasos que ratificaran su posesión. Pasado un mes, no apareció nadie, cuenta él, por lo que acudió al notario para registrar el satélite a su nombre, como consta en el documento que se aporta. Pero en un artículo de prensa de 1968, 14 años después de la inscripción notarial, el diario La Mañana negó haber publicado nunca el aviso del que habló Gajardo.
También se cita allí a Sergio Mendoza, el conservador de bienes raíces de Talca, quien niega que su antecesor, César Jiménez, hubiese podido hacer tal inscripción.
En la oficina del actual conservador, la única en la localidad, aseguran no tener ningún documento donde se diga que Gajardo Vera inscribió en ese registro su posesión ultraterrestre. En Chile, para poder otorgar el título de propiedad a alguien de forma oficial, no basta con firmar un documento ante notario: Debe pasar por las oficinas de los conservadores de bienes raíces, que dan garantía de la posesión. Ellos son quienes estudian la legalidad y otorgan validez a los títulos de propiedades. Y la inscripción es el requisito indispensable para la prueba y garantía de la posesión, según establece la página web del gobierno chileno.
En la misma notaría aseguraron que los conservadores de bienes raíces de Talca, los encargados de los registros de propiedades, solo tienen jurisdicción sobre un delimitado territorio. En el caso de Talca, de sus comunas y las que se encuentran a su alrededor.
El registro oficial de la Luna en Talca fue, por tanto, jurídicamente imposible.
¿Sociedad Telescópica Interplanetaria?
También hay dudas sobre la Sociedad Telescópica Interplanetaria de la que Gajardo habló a la prensa. Existen registros en internet de un grupo de Facebook con este nombre, pero nada revela que sea una asociación oficialmente establecida y ni que Gajardo haya tenido algo que ver con su creación. Tampoco consta el año de su fundación.
BBC Mundo dialogó con la oficina de información de Patrimonio Intelectual del gobierno de Chile, que asegura que una posesión que no esté inscrita en un registro oficial no puede ser considerada como tal.
Explican que no entra dentro de los casos recogidos por la ley de propiedad intelectual chilena, que da cuenta de los derechos de autor de las creaciones de obras artísticas (pintura, música, literatura, etc..), ni tampoco dentro de la ley de propiedad industrial, que recoge las posesiones de bienes y empresas.
«Si una persona va ante notario, puede poner a su nombre lo que le parezca, pero es el registro de la entidad correspondiente lo que le otorga el carácter oficial», le contestaron a BBC Mundo.
Y todo parece indicar que Gajardo Vera nunca hizo esto último.
Otras inscripciones
Pero no fue el único que «compró» un cuerpo celeste…
Otros también han pretendido hacerse con posesiones en el espacio exterior: La gallega Ángeles Durán, se ha declarado propietaria legítima del Sol. 35 ciudadanos de Ohio (EE.UU.) el 12 de abril de 1966, se proclamaron dueños de la Luna.
En 1980, Dennis Hope, también norteamericano, pero de la ciudad de San Francisco, volvió a reclamar para sí la Luna. Y comenzó a venderla en parcelas, montando un gran negocio, que ha extendido a otros planetas y que otros han pretendido imitar. Hope empezó a adquirir territorios espaciales en 1980. Según una entrevista concedida a la publicación Vice, en ese año se puso en contacto con Naciones Unidas solicitando apropiarse de la Luna, otros ocho planetas y sus satélites. Ante la falta de respuesta, Hope entendió que la Luna era entonces tierra de nadie y que, por tanto, podía reclamar su titularidad. Y no solo eso, sino que comenzó a vender su presunta posesión por partes, a quien se mostrara interesado.
Y no han sido pocos
Según su página web, Lunar Embassy, más de seis millones de personas le han comprado terreno en el espacio: Una suma de más de 247 hectáreas vendidas en la Luna, 131 hectáreas en Marte y más de 50 hectáreas entre Mercurio, Venus y el satélite de Júpiter Io.
Hope asegura que la venta de estos territorios es un negocio tal, que ha sido su única fuente de ingresos desde 1995.
¿Se puede poseer la Luna?
Los expertos aseguran que la Luna no es de nadie. Al menos no de forma legítima.
El Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967, firmado por 129 naciones y supervisado por la Oficina de Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Ultraterrestre, dice literalmente:
«El espacio ultraterrestre, incluida la Luna y otros cuerpos celestes, no es sujeto de apropiación nacional por reclamo de soberanía, por medio de uso u ocupación o por cualquier otro medio».
De acuerdo con el Tratado del Espacio Ultraterrestre, ratificado por Naciones Unidas, nadie puede declararse soberano del espacio exterior.
El documento establece además que la exploración y el uso de este espacio debe beneficiar y ser de interés de todos los países.
¿Puede entonces alguien, a título individual, declararse dueño de la Luna?
«No», respondió tajantemente este mismo mes de julio Claire Finkelstein, profesora de derecho en la Universidad de Pennsylvania y experta en derecho internacional al portal de noticias WHY, asociado con NPR, la radio pública de Estados Unidos.
La respuesta no es tan clara, sin embargo, cuando se trata de actividades comerciales en el espacio, como la exploración de recursos.
«La ley internacional es ambigua sobre las compañías privadas que establecen operaciones de minería en el espacio», le dijo Ian Crawford, profesor de ciencia planetaria del Birbeck College de Londres a la BBC para un artículo publicado en 2016. Es necesario revisar el Tratado del Espacio Ultraterrestre y actualizarlo», aseguró él.
El “Derecho Espacial”
El Derecho del espacio ultraterrestre es un conjunto de normas que regula las actividades espaciales por parte de los Estados, organismos internacionales y entidades no gubernamentales. Su aparición es muy reciente y los tratados más significativos se gestaron en la Asamblea General de Naciones Unidas a partir de 1959 y posteriormente con el “Tratado del Espacio” del 27 de enero de 1967.
Entre los principios más importantes, está la no-apropiación del espacio, artículo 2 del Tratado. Y en relación a la Luna, se aprobó tardíamente el acuerdo que debe regir las actividades de los Estados en la Luna y otros cuerpos celestes, el que entró en vigor el 1 de julio de 1984. Este recalca que, nadie puede apropiarse de la Luna, ni de los demás objetos del Sistema Solar, puesto que son Patrimonio Común de la Humanidad
Pero hasta entonces, y de acuerdo con el derecho espacial, la Luna no es de nadie y es de todos al mismo tiempo. Con permiso de Don Jenaro, un centenar de países tienen firmado el Tratado del Espacio Ultraterrestre, que prohíbe a cualquier gobierno reclamar el satélite terrestre o cualquier otro cuerpo celeste. El texto declara, además, que sean zonas desmilitarizadas, en las que está prohibido colocar cualquier arma de destrucción masiva.
Herencia de la Humanidad
Al hilo de aquel pacto, se desarrollaron tres instrumentos jurídicos más: el acuerdo de rescate, que establece la cooperación internacional para rescatar astronautas de cualquier nacionalidad; la convención de responsabilidad, que fija la obligación de las naciones a hacerse cargo de los daños que causen, y el tratado de la Luna, que supervisa la extracción de los recursos y que declara que tanto el satélite terrestre como los planetas, «son la herencia común de la Humanidad».
Con la entrada de empresas privadas en la exploración lunar, hay voces que reclaman una actualización de aquel acuerdo, redactado en plena Guerra Fría. Recientemente, los senadores de EEUU Gary Peters y Ted Cruz han presentado un proyecto de ley en su país para preservar y proteger el lugar histórico del aterrizaje del Apolo 11. «Con empresas comerciales y más países con capacidad de aterrizar en la Luna», dice el texto, «es necesario asegurarse de la protección de este territorio y otros lugares históricos de los alunizajes por el esfuerzo humano y de innovación que representan».
Pero adelantándose a todas estas normativas, un chileno ejecutó una acción legal de notoriedad internacional.
Un chileno que se hizo famoso por ser el hombre que compró la Luna.
Fuentes:
www.guioteca.com/la-historia-del-excentrico-chileno-que-fue-dueno-de-la-luna/
wikipedia.org/Jenaro_Gajardo_Vera
bibliotecanacionaldigital.gob.cl/la-mañana-de-talca
web.archive.org/web/tratado-sobre-el-espacio-ultraterrestre
unoosa.org/pdf/tratados-y-principios-de-las-naciones-unidas-sobre-el-espacio-ultraterrestre