Adiós para siempre, para nunca más. Pero para siempre en el corazón y la mente.
Decir adiós, sabiendo que es una despedida definitiva, es muy duro. Es insoportable e incomprensible. Pero la vida, es la muerte, y lleva arraigado el adiós.
Poder ayudar así, en momentos, es casi imposible, emocionalmente. Pero fortalece y refuerza, no solo a la persona que se está yendo, sino a uno también. Porque, de alguna manera, estamos aprendiendo y practicando a fondo el desapego, por duro que parezca.
Si la persona, es consciente de que se va, siente miedo, desprotección. Si, en esos momentos en que se está produciendo el desenlace, ayudas, sirve de mucho para pasar al otro lado. Siempre, desde la convicción de que, es ahí, donde se acaba el dolor, el sufrimiento y el miedo de no saber a dónde vas. Qué te vas a encontrar. Es difícil, pero es un gran alivio coger su mano y decir:
”Sujeta fuerte mi mano. Vamos juntos hacia adelante. Un solo paso de avance y dejaremos atrás el dolor, el sufrimiento, el miedo. Ahora vamos a sentir el bienestar y la paz que necesitamos, yo te acompaño. Le damos las gracias a Dios, al Universo, por todo lo bueno y lo malo. Por todo lo bueno, porque lo hemos disfrutado. Y, por todo lo malo, porque el aprendizaje aportado durante nuestra vida terrenal, nos ha servido para vivir. Ahora, podemos pasar con mucho amor a la vida celestial.”
Adiós para siempre, para nunca más. Es cuestión de pedir al Universo, que nos otorgue en esos momentos, la fuerza necesaria para poder llevarlo a cabo.
Espero con esto, servir de ayuda, por si algunos de nosotros nos viéramos en esta situación. Yo, particularmente, lo he vivido. Y, les aseguro, que es una gran ayuda.