Desde que nacemos, ya sabemos que vamos a morir. La vida, nos pone el momento, la situación y el lugar. No somos dueños ni de nosotros mismos, de nuestros cuerpos. Así es el proceso hacia la muerte.
Es difícil, en ocasiones, entenderlo, aceptarlo y vivir cada día con serenidad. Agradeciendo que, aún, no nos haya tocado. Pero deberíamos trabajar esa aceptación, por difícil que nos parezca. Y, de igual manera, actuar de la misma forma con nuestros seres queridos. Ayudándolos, para que se vayan en paz, con mucho amor, con la esperanza, siempre, de que volveremos a encontrarnos.
Es importante, que la persona no sienta angustia, ni miedo. Deberíamos tener el valor de cogerles de la mano y decirles: “Vamos a dar un pasito hacia adelante, para encontrar la paz. Yo estoy aquí y te soltaré, solo cuando tú decidas”.
Deberíamos tener el valor de despedirnos con amor y comprensión.
El proceso hacia la muerte: La Confesión
En una ocasión, leí una confesión de una persona muy conocida, que no me dejó indiferente.
Ella dijo:
“A mí, me asusta mucho la vida. La muerte, no me asusta para nada. La muerte es un descanso.
Yo estuve, una vez, clínicamente muerta, en Córdoba. No me he sentido nunca tan a gusto, como en ese momento. Me encontré fuera de mi cuerpo y me sentí tan relajada, tan bien, que lo único que me preocupaba, era que mi madre llorara por mí. Desde fuera de mi cuerpo, la veía llorar y deseaba poder decirle: ”…no llores, que me encuentro muy bien”. Lo cierto es que, vivir, siempre ha significado una lucha tremenda para mí. Hasta el punto, de que un día dije que amaba la muerte.”
Empecemos a aceptar que, hemos venido aquí, para irnos. Y, cuando llegue ese momento, poder hacerlo en paz y con mucho amor. Quizá, ese es el verdadero proceso hacia la muerte.