Cuenta mi abuela que ya de pequeña ayudaba a su madre y a su abuela en el hotel donde ambas trabajaban: mientras una cocinaba, la otra limpiaba y ella se encargaba de cobrar propina a todos aquellos clientes que hiciesen uso del lavabo. Para ello llevaba siempre consigo una «charola»(bandeja). Un día, mientras esperaba cabizbaja a que alguien viniese para usar el baño, vio caer unas monedas a su charola. Cuando levantó la mirada para saludar al cliente, vio que éste no tenía cabeza… y cuando comenzó a observarlo más detenidamente vio que tampoco tenía manos…. ni pies. Era una túnica blanca, hecha con una tela «como de gasa», que se dio la media vuelta y mientras flotaba en el aire paseándose por la estancia, iba dejando caer monedas en el suelo. (Era dinero de curso legal, monedas mexicanas de la época). Mi abuela se apresuró a echarse en el babero (delantal) que llevaba puesto el dinero y a seguir el rastro que «eso» iba dejando. El «ritual» de generosidad duró varios minutos, y aquello salió del edificio hasta aproximarse a las caballerizas anejas al hotel. En ese momento, su abuela la llamó y la pequeña emocionada fue a enseñarle a ésta y a la madre el pequeño tesoro que le habían obsequiado. Dada la época y el lugar, no era normal que un forastero regalase tanto dinero por el uso del lavabo. Así que cuando mi abuela contó toda su historia, ambas mujeres decidieron que aquello era cosa del demonio y que había que llevar el dinero al cura del pueblo. Así lo hicieron, y tras justificar su donativo con la historia, finalmente se quedaron con una mínima parte del «botín» que posteriormente usaron.
C.M.M.