Esto ya viene siendo casi un ritual obligatorio para los acólitos de los misterios del Cosmos. Reunirse en lugares alejados de la población, a ser posible a una altitud considerable, aprovisionados con alimentos frugales, bebidas calientes, mantas y abrigos. Obligatorio cualquier aparejo que nos permita recostarnos boca arriba, con la suficiente comodidad como para destinar el resto de nuestro esfuerzo en enfocar nuestros sentidos al infinito del espacio.
Y es que al apremiar a la quietud, por unos segundos, es cuando nos damos cuenta de un hecho irrefutable, increíblemente cotidiano y absolutamente sobrecogedor. La Tierra, este planeta donde habitamos, y que asumimos como algo sólido y perpetuamente inmóvil bajo nuestros pies, es en realidad la más inmensa nave nodriza que ha conocido nuestra humanidad… Y que viaja por el espacio.
Todos tenemos claro ya en que consiste el movimiento de rotación de nuestro mundo. La Tierra gira en torno a si misma con un movimiento similar al de una peonza, haciendo posible el transcurso de la noche y el día, modulando la velocidad de los vientos, la climatología, el empuje de la fuerza gravitatoria… Y lo hace con la velocidad justa como para permitir una consecución estable de cambios progresivos y moderadamente suaves, imprescindibles para la vida.
Pero el movimiento de traslación, pocos lo conciben más allá de lo que implica al transcurso de las estaciones. La Tierra, nuestro mundo, nuestra casa, se traslada por el espacio dibujando una órbita elíptica alrededor del Sol. Viaja atravesando miles de millones de kilómetros por esa negrera inmensa que vislumbramos cada noche, al levantar la vista. Es nuestra particular nave espacial.
Y en ese tránsito perfectamente sincronizado, encuentra en su derrota a otros astros que, siguiendo otros senderos cósmicos, con otras velocidades y cadencias, nos acompañan en el camino hacia las cercanías del Astro Rey. Es la Familia del Sol.
Y es así como, desde el 16 de julio al 24 de agosto de cada año, nuestra Nave Tierra cruza la enorme estela de fragmentos que deja en su camino el cometa Swift-Tutlte. Estos trocitos de cometa, de diferentes tamaños y composición, son atraídos por la fuerza gravitatoria de nuestro planeta, alcanzando en su caída velocidades de decenas de kilómetros por segundos. La densidad de la atmósfera terrestre provoca un rozamiento de tal calibre que estos objetos alcanzan altísimas temperaturas, generando un brillo inusitado y efímero, antes de desintegrarse. Solo los más grandes llegan a impactar con el suelo que pisamos.
Las Perseidas, o Lágrimas de San Lorenzo, reciben su nombre de la constelación desde la que en apariencia parten, Perseo. Tienen su máxima entre los días 10 y 14 de agosto.
¿Acaso esta explicación basada en el empirismo más puro, puede siquiera restarle magia a un evento de tales características? Ni mucho menos.
Por eso, Clave7 seguirá la tradición. Nos situaremos en el lugar más alto accesible que conocemos, El Parque Nacional Cañadas del Teide, escenario habitual de nuestras reuniones. El día escogido para ello es la madrugada del 11 al 12, ya que el sábado es la opción más viable.
Para aquellos que no quieran perderse este evento cósmico, en la web Ministerio de Fomento encontraran toda la información necesaria.
Por el emplazamiento que hemos escogido, no nos cansamos de implorar respeto al medio ambiente, a todo aquel que quiera sumarse a esta iniciativa. Clave7 nos caracterizamos por no dejar jamás huella alguna de nuestra presencia en cuantos enclaves naturales hemos visitado. Y queremos predicar con el ejemplo. Aquellos que quieran acercarse a conocernos, pueden escribirnos a [email protected] o [email protected] y les informaremos de nuestro emplazamiento concreto.

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