Bienvenido a este nuevo post sobre ocultismo. Seguro que este grimorio te va a atrapar igual que a mi, sobre todo por sus misterios. Así que, si sigues leyendo, conocerás la Historia de San Cipriano, el rompemaldiciones.
En esta ocasión, vamos a hablar sobre un grimorio que, en mi opinión, es muy interesante. Iremos viendo, a lo largo de los siguientes posts, que nos cuenta cómo hacer ciertas cosas. Desde cómo conseguir ganar en los juegos de azar, hasta cómo hacer objetos mágicos. para controlar seres del bajo astral.
En esta primera parte, vamos a conocer la historia de San Cipriano. Un santo que, dio un cambio tan radical que, a día de hoy, se le conoce cómo el santo de los brujos o el rompemaldiciones. Acompáñame a conocer su historia.
Así comienza la Historia de San Cipriano, el rompemaldiciones
San Cipriano Nació en el siglo III de nuestra era, en la ciudad de Antioquía. Al nacer, fue consagrado por sus padres, que eran de una familia muy adinerada y poderosa, a la Diosa Afrodita. De ahí proviene su nombre, pues Afrodita también era llamada Cipris, que según la leyenda, nació en el mar de la Isla de Chipre.
Los padres de Ciprianio, procedían de una larga tradición mágica. Muchos de sus antepasados, habían sido sacerdotes paganos. De hecho, su padre quiso que fuera sacerdote del Templo de Júpiter, por lo que le proporcionó una esmerada educación.
Desde los 5 años, Cipriano fue consagrado en el templo de Apolo y otros dioses. Ya, en la adolescencia, Cipriano inició formalmente su aprendizaje de las artes mágicas. Al principio, aprendió las artes de la Teurgia, una especie de magia blanca. Pero, con el tiempo, fue profundizando en los misterios de la Goétia, una rama oscura de la magia. Lo que, a día de hoy, se conoce como magia negra.
Cripriano, en su juventud
En su juventud, Cipriano realizó muchos viajes, para profundizar en su aprendizaje. Primero, viajó a Caldear, donde aprendió numerología y astrología. Después fue a Egipto, y allí aprendió las artes de la invocación y evocación de los demonios. También, hay quien dice que, llegó hasta, lo que hoy se conoce como, Salamanca.
Cuando cumplió 30 años, Cipriano regresó a su ciudad natal, Antioquía. Y allí, empezó a trabajar como brujo, ganando notoriedad entre la población, por la eficacia de sus trabajos.
Tiempo después, se fue a vivir a una cueva, cerca de Antioquía, con el objetivo de profundizar aún más en sus conocimientos. Al parecer, deseaba entrar en contacto con las entidades mas poderosas del infierno. En lo profundo de la cueva, Cipriano se dedicó a experimentar con rituales, cada vez mas siniestros. Incluso, llegó a realizar sacrificios humanos. Hasta que, al final, entró en contacto con el mismísimo Lucifer.
Cipriano y sus contactos con Lucifer
Lucifer dictó a Cipriano, un gran número de conocimientos ocultos, que esté, trascribió a pergaminos. La leyenda cuenta que, muchos de esos pergaminos, se conservaron, en su gran mayoría, en lo que hoy se conoce como el Libro Magno de San Cipriano.
Un día, mientras Cipriano salía de hacer un sacrifico al Dios Mercurio, se le acercó un joven llamado Acladio. Este, le pidió que le ayudara a conseguir el amor de una preciosa mujer, llamada Justina. Le ofreció mucho dinero y Cipriano accedió a ayudarlo. Sin embargo, cuando vio, a través de un espejo mágico, a la hermosa Justina, quedó tan impresionado con su belleza, que decidió que emplearía sus artes mágicas para que no se enamorara Acladio. Sino, de él mismo.
Cipriano, comenzó a realizar todos los rituales necesarios para conseguir el amor de Justina. Pero, pasado un tiempo, se dio cuenta de que nada de lo que hacía tenía resultado. Desesperado, llamó al mismísimo Lucifer, para preguntarle por la causa de su fracaso. Entonces, Lucifer le reveló que, la fe de Justina, estaba puesta en alguien más poderoso que él. El hijo de Dios.
«La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla.«
Hermann Hesse.
Esta revelación, hizo que Cipriano quisiera conocer a aquél que era más poderoso que Lucifer. Justina recibió a Cipriano, y ésta le habló sobre Jesucristo.
San Cipriano, se convierte a la fe
Luego de saber la causa de su fracaso, Cipriano decidió convertirse a la fe en Jesucristo. Justina lo acogió con dulzura y lo puso bajo la tutela del obispo Eusebio. En poco tiempo, Cipriano llegó a ser diácono, sacerdote y finalmente obispo de Antioquía. El joven Agladio, también se convirtió al cristianismo. Donó todos sus bienes a los pobres y llevó desde entonces una vida de castidad y humildad.
«La luz siempre prevalecerá sobre las sombras, ya que ella hace que se oculte.»
Anónimo.
Cipriano se dedicó a predicar el cristianismo, ganando multitud de adeptos en poco tiempo. Esto llegó a oídos del emperador Diocleciano, cuando éste ofrecía sacrificios a Apolo en la ciudad de Nicomedia. Sus consejeros, le informaron de que Cipriano, profesaba la creencia de la existencia de un único Dios. Afirmando así, que los otros dioses eran demonios. Y, por tanto, que no se debía rendir culto al emperador.
Diocleciano ordenó el arresto inmediato de Cipriano. Y, por consejo de Eutolmio, gobernador de Antioquía, fue arrestada también Justina, que por entonces, ya dirigía un convento.
Cipriano y Justina fueron conducidos al tribunal de Capadocia, donde se negaron a renunciar a su fe, afirmando que el único dios verdadero era el Dios de los cristianos. El juez, los condenó entonces a ser azotados primero y despellejados después. Luego, un sacerdote del dios Marte, llamado Atanasio, convenció al juez de que los hiciera arrojar a una marmita, con agua hirviendo. Sin embargo, según la leyenda, en esa ocasión no sufrieron quemaduras debido a un milagro de Dios. Finalmente, el juez decidió enviarlos a Nicomedia, para que fuera, el mismo emperador, quien decidiera su suerte.
Así termina la Historia de San Cipriano
En el año 304, Diocleciano ordenó que Cipriano y Justina fueran decapitados a orillas del río Galo. En el momento de la ejecución, un cristiano, llamado Teoctiso, corrió a abrazar a Cipriano, por lo que fue ejecutado también. Los cuerpos fueron custodiados por soldados romanos, para evitar que los cristianos se los llevasen. Sin embargo, pasados seis días, un grupo de cristianos logró llevarse los huesos y trasladarlos hasta Roma. Allí fueron puestos al cuidado de una dama cristiana llamada Rufina. Años después, los restos fueron llevados a la iglesia de San Juan de Letrán.
Como habrás podido leer, nunca es tarde para salir de la oscuridad y acercarte hacia la luz y conocer, como dice San Cipriano, el gran poder de Dios. Siempre, recomiendo leer los grimorios, desde el punto de vista escéptico. Ya que, si nos dejamos llevar por la oscuridad, no la podremos controlar, perdiendo también control de todo, incluidos nosotros mismos.
Espero que te haya gustado este artículo. Estate atento/a al siguiente. Estoy convencido que no te dejará indiferente.
¡Un abrazo!