Cada cierto tiempo, un titular sacude las redes con promesas de una revelación trascendental: “encuentran ADN extraterrestre en humanos”. Esta vez, el foco recae en el Dr. Max Rempel, fundador de la DNA Resonance Research Foundation, quien asegura haber hallado fragmentos genéticos no heredados que podrían tener un origen no terrestre.

El estudio que agitó el avispero

La noticia ha viajado rápido —de portales científicos a medios sensacionalistas—, recordándonos lo fácil que es alimentar nuestra esperanza de que la biología oculte un secreto cósmico. Pero entre la ciencia y la fe en lo imposible existe una delgada línea. Y cruzarla exige más que entusiasmo: requiere pruebas.

Rempel y su equipo analizaron los datos del Proyecto 1.000 Genomas, una iniciativa internacional que desde 2008 mapea la diversidad genética de la humanidad. De las más de quinientas familias estudiadas, el grupo asegura haber encontrado 348 fragmentos de ADN “no parentales” en once de ellas. Dichas secuencias no coincidían con las de sus progenitores biológicos, lo que el autor interpreta como posibles “inserciones artificiales”.

El equipo también comparó los resultados con datos de 23andMe —una empresa de análisis genético doméstico— y con muestras de individuos que aseguran haber vivido experiencias de abducción. Las coincidencias, según Rempel, podrían apuntar a un patrón de intervención “externa”.

Las hipótesis: ciencia, mito o una mala lectura del genoma

ADN Extraterrestre en humanos: Ciencia, mito y el eterno anhelo de no estar solos
Esta imagen ha sido generada o modificada mediante inteligencia artificial con fines ilustrativos. No representa necesariamente hechos, lugares o personas reales.

El Dr. Rempel plantea que estas secuencias anómalas serían huellas de manipulación genética extraterrestre, una idea que, aunque intrigante, carece por ahora de respaldo empírico. Afirma que las alteraciones no pueden explicarse por la edición genética moderna (como la técnica CRISPR, desarrollada en 2012), y que podrían vincularse a rasgos neurodivergentes o evolutivos en ciertos individuos.

Sin embargo, la comunidad científica ha respondido con escepticismo. Los genetistas consultados por medios como La Razón y Gizmodo coinciden en que las variantes detectadas no son inusuales, y pueden deberse a errores de secuenciación, recombinaciones espontáneas o mutaciones naturales.

La genética humana no es un texto cerrado: está llena de fragmentos que aún no comprendemos del todo. Y eso no significa que los haya escrito alguien más.

Entre la fascinación y la evidencia

El ser humano lleva siglos buscando su origen más allá de las estrellas. Desde los dioses creadores de Sumeria hasta la teoría de la panspermia, la idea de un ADN con firma cósmica nos acompaña como una melodía ancestral. Por eso, cada vez que surge un estudio como este, una parte de nosotros quiere creer.

Sin embargo, la ciencia no avanza con deseos, sino con reproducibilidad y rigor. Hasta ahora, ningún estudio revisado por pares ha demostrado la existencia de material genético no humano en nuestro ADN. Lo que sí se ha hallado en meteoritos son bases nitrogenadas, los “ladrillos” del ADN, presentes también en otros compuestos orgánicos del cosmos.

Pero de ahí a afirmar que alguien los insertó en nosotros hay un salto… y no precisamente evolutivo.

Ciencia de vanguardia y ética del asombro

La genética moderna vive una revolución. Herramientas como CRISPR-Cas9 permiten editar el ADN con precisión quirúrgica, y proyectos globales como 1.000 Genomas o PopHuman amplían nuestra comprensión del mapa genético. Ese conocimiento, lejos de alejar el misterio, lo profundiza: cada gen nuevo que desciframos abre más preguntas sobre lo que somos y de dónde venimos.

Quizá el verdadero desafío no sea demostrar que “venimos de fuera”, sino aceptar que nuestro propio ADN sigue siendo un territorio inexplorado. Y que la línea entre lo natural y lo creado podría ser más difusa de lo que creemos, aunque todavía sin extraterrestres de por medio.

Conclusión: Cuando el misterio necesita método

La ciencia es, en el fondo, una forma de espiritualidad estructurada. Nos invita a cuestionar, a dudar, a maravillarnos sin perder el rigor. El estudio de Max Rempel, aunque polémico y probablemente erróneo, cumple una función valiosa: recordarnos lo mucho que anhelamos no estar solos.

Quizá el “ADN extraterrestre” no esté en nuestros genes, sino en esa curiosidad insaciable que nos empuja a mirar al cielo y preguntarnos, una vez más: ¿y si realmente no somos los únicos?

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Nacida en Francia por CAUsalidades del Destino y siendo sensitiva desde muy pequeña, tuve la suerte de encontrar a mi "familia espiritual" y compartir con ellos miles de momentos para guardar en la cajita de los dulces ensueños...

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