Todo se debe a una explicación ancestral de manera evolutiva que podría ayudarnos a ver a la soledad como un puente a tu propia felicidad.
Hace unas semanas, te hacía mención a otro estudio que, apuntaba que la soledad podría debilitar tu sistema inmune. Aunque, en esa ocasión, trataba dicho estado desde la perspectiva del distanciamiento social físico. Sin duda, vivimos en una época, en la que nos encontramos expuestos a las grandes urbes. Con cantidades de personas a nuestro alrededor. Y, sin embargo, paradójicamente, nos encontramos más solos que nunca. Lo más grave del asunto, es que le hemos dado una connotación negativa, algo nocivo y poco deseable.
Sin embargo, la ciencia ha hecho hincapié en estas cuestiones para comprender este sentimiento, condición o situación desde una perspectiva más amplia. Se ha comprobado, que estar solos cambia nuestra estructura cerebral para bien, en distintos ámbitos. Por lo visto, las personas más inteligentes testadas, lo saben correctamente de manera instintiva. Hablamos de una investigación publicada en el British Journal of Psicology, partiendo de una base teórica titulada “La teoría de la felicidad de la Sabana”. Ocurre que, quizás nuestro proceso evolutivo mental está enraizado aún en aquellos tiempos y por eso, ciertas cosas de hoy en día, nos siguen haciendo felices. Es posible que la soledad, podría ser necesaria para nosotros de manera dosificada.
Pero ¿Por qué decimos que la soledad podría ser un puente a nuestra propia felicidad?
En el estudio, se analizaron datos de 15.000 adultos, que incluían informaciones sobre su estatus económico, coeficiente intelectual y el estado actual de sus relaciones. La información que arrojó el estudio fue, que las personas que vivían en la urbe, donde se encuentra más densidad de población, sentían menos satisfacción vital, que las personas que vivían en entornos rurales con menos densidad de población. También, llegaron a la conclusión de que, las interacciones sociales, hacían más felices a personas con menos coeficiente intelectual. Mientras que, los que lo tenían a un nivel alto, se sentían mejor si pasaban menos tiempo con sus amigos o en lugares con mucha gente.
Volviendo a la teoría de la sabana, lo dicho anteriormente podía explicarse, con que nuestros ancestros vivían en núcleos pequeños, con una población media de no mas de 150 habitantes. Esto quiere decir que, el cerebro humano evolucionó y se adaptó en este tipo de ambientes. Debemos tener en cuenta que, nuestra sociedad, se ha formado de manera muy rápida, haciendo que los tiempos de adaptación mermen y cuesten mucho más, debido a la aceleración de los cambios y el crecimiento exponencial de la población.
Así que, lo curioso de todo ello es que, cuando nos encontramos en entornos similares a los de nuestras generaciones anteriores, nos sentimos conectados con aquella felicidad, que nuestros ancestros sentían. Por epigenética, seguramente. Está en nuestra genética profunda. El saber estar solos, es la gran asignatura pendiente de nuestra sociedad. También, el suprimir su connotación negativa, que arrastramos de manera cultural, influenciado por la pareja monogámica, en muchas ocasiones.
“La soledad está bien, pero necesitas a alguien para contarle de que esa soledad está bien”.
Balzac
A fin y al cabo, los seres humanos somos seres sociales, que nos necesitamos mutuamente para desarrollarnos como especie. Es por ello que, lo más sano es saber dosificar los momentos. Aprender a estar solos, es conectar con ese vínculo ancestral y otra manera de buscar tu auténtica felicidad, de tal forma que, no dependamos excesivamente de los demás. La idea de, a mas amigos, mas felicidad, se cae verazmente. Lo más importante, es nuestra relación con nosotros mismos, para ver a la soledad como un puente hacia nuestra propia felicidad.